Me tocó una isla desierta en un sorteo y me la llevé bajo el brazo. Puse encima una palmera con cocos y la coloqué en medio del mar para acudir los fines de semana. Hasta puede que me quede a vivir en la isla, lejos del mundanal ruido. Tiene una puerta con cerradura y así no pasan los intrusos. Una isla desierta con vistas al agua. Es descapotable. Si llueve abro la sombrilla y ya está. En la isla sólo entro yo. Y no porque no me guste invitar a la gente. Es un poco estrecha y no cabe nadie más. Ya me encantaría tener visitas e invitarlas a tomar un coco. Si fuese una isla más grande pondría un aeropuerto para que acudieran japoneses... Construiría un hotel con unos cuantos ladrillos y me haría millonario. Haría un campo de golf con cuatro agujeros y lo pintaría de verde. Queda mucho más bonito. Pondría una piscina con delfines y un acuario con focas y alguna señora gruesa. Pero como es una isla tan pequeña... Una lástima. Si fuese una isla más grande vendría conmigo una amiga muy guapa. Lo estoy viendo. Un gran hotel y ella en la arena y de recepcionista. Pues no. En estos tiempos que corren no está el horno para bollos... ni para ladrillos. Aunque sí, al parecer, para campos de golf.