Las guerras intestinas del PSOE están abocadas a provocar una fragmentación definitiva del partido y con ella, la atomización de la izquierda centrista progresista del arco polÃtico.
La preocupación que están mostrando sus dirigentes por salvar su sitio en la foto está resultando tan descarnada, evidente y pública que hablar de futuro es una quimera.
El PSOE de Pablo Iglesias, el de Ramón Rubial, no existe. La ideologÃa ha dejado paso a una organicidad desmesurada en la que los cargos más o menos vitalicios en el seno del partido se han transformado en una verdadera profesión para algunos y algunas.
Ahora, barrido electoralmente, desasistido por sus bases, cada dÃa más enconadas, y abandonado por sus simpatizantes, cada dÃa más alejados, el PSOE se ve capaz de reinventarse y deja las entrañas abiertas para que sean pasto del resto de opciones mientras el PP se frota las manos y espera hincar el diente.
El tan cacareado 38º Congreso ha sido una oportunidad perdida para regenerarse, para refundarse, para transformarse. En las 72 horas que duró el evento congresual, los lÃderes y las corrientes corrÃan de un lado a otro calculadora en mano, contabilizando los apoyos que iba o no a tener su candidato predilecto. En su victoria o en su derrota iba también su puesto de trabajo.
Se ha visto con la crisis en Sevilla. Las heridas aún sangran, están a flor de piel y aunque la Secretaria de Organización del PSA anunciaba la recomposición de las listas en aras de un mejor entendimiento interno, todos saben, dentro y fuera del partido que se ha intentado realizar una razzia con los crÃticos de uno y otro bando y que ha salido mal.
Ahora el PSOE perderá las elecciones en AndalucÃa y la cuota de poder institucional a repartir será menor, las bofetadas por formar parte de ese otro poder orgánico dentro del partido han comenzado ya a repartirse.
La militancia, mientras tanto, mira el espectáculo de sus dirigentes. Asiste a un teatro de tÃteres.
La militancia sabe que estas nuevas cúpulas directivas son como los conejos. Que se quedan mirando inmóviles los faros de un coche sin saber que les va atropellar.
Luego vendrá el llanto y el crujir de dientes.