Mientras que en la recepción de llegada, también muy usada como fumadero o escape a lo largo de las horas que suele durar el evento, los muebles hablan de una modernidad aplastante, (hay que ver como la zona mueblera de nuestra comunidad se ha puesto las pilas y da grandísimos productos que podría estar pensados en Milán (¿o los están?) el interior tiene ese aire acumulaticio que sobre un rojo con estrellas brillan los dorados de las sillas años setenta. Las contradicciones deben de ser nuestra bandera. Pues hasta un consejero de la cosa de las tierras, las aguas y los vinos, habla de que regalan cosas, cuando quiere decir que dan la caña. Aire tardofranquista donde un magnífico cortador de jamón con notas saladas deja la rectitud horizontal de las dos caras de un jamón emigrante de tierras extremeñas.
Los soportes de algunas piezas del servicio de pie se basan en piñas mutiladas, clavadas con malsana intensidad en el interior del cuerpo que nadie probará por brochetas que hablan de gambas venidas del frío o enrollados membrillos que contienen el sempiterno queso de origen americano.
Por mucho que quiera ponerse al día usando bandejas de pizarra los montaditos de pan y huevo de codorniz nos hablan de que estamos en zona de hambre atrasada.
Como hay que ser moderno e inconexo traen el sempiterno mit cuit de foie gras al 32% de materia patal empapado en mermelada de frutos rojos y dulzastras señas de algo así como un coulis de naranja, junto a unos fritos de berenjena en masa Orly empapados en miel. Horros de horrores, que más entendemos el juego de los contrastes.
Blanca sepia hecha verde con unas alcachofas como identidad de temporalidad estacional. Del Bacalao sobre tomate marinado ni una nota de salinidad. tal vez hubiera sido lo mismo pedir, como un niño, emperador sin espinas.
En la puerta del baño masculino una fotografía del señor Jovellanos a manos del maestro Goya. Nunca tanta cultura pudo ocultar tanto desvarío.