La estacionalidad es una de las cualidades que mayormente deberíamos respetar de los productos. Su tiempo justo. Su equilibrado espacio pletórico de vida. Por ello hoy, al comenzar mi paseo matutino, he visto en una de las los tiendas de verduras que hay cerca de casa, unas hermosísimas cajas de vainas de guisantes. Y he pensado que siendo los primeros de la temporada, a 5€ el kilo, se podían prestar para múltiples preparaciones.
Pisum sativo, que recuerda en algo ese Pisselli italiano con el que los venecianos gustan hacer juegos de palabras, o ese Pésol, que dicen en la huerta murciana. Los de aquí no llegan a tener el valor económico de esos que llaman de lágrima, y que vienen del País Vasco, o de la zona del Maresme. Aquí han sido famosos los Negreses, dulces y de incomparable sabor clorofílico. Pero han sido base de menestras, o buscando el acompañamiento de piezas con cierta nota de sal y potencia sápida, como el jamón.
Pero de la misma manera que algunas de esas verduras que tienen su vaina, y que comemos básicamente su interior, como en el caso de las habas, hay que pensar que esas vainas pueden ser utilizadas. Si las vainas del haba, una vez guisadas, se nos presentan como una sorprendente verdura que puede servirnos para acompañar sopas o salteados, las vainas del guisante nos pueden servir para dar más sabor a nuestros caldos o cremas invernales. Aportando no solo color, sino sabor e intensidad que ayudan a ligar mejor los caldos que realizamos. Tirabeques, guisantes, habas. El invierno en todo su esplendor con notas verdes de viva clorofila.