Que en estos tiempos apretados y oscuros que nos envuelven y azuzan un privado organice una fiesta, es un motivo que encandila. Si esa fiesta es por la primera vendimia en la en las tierras pinosenses de El Sequé, la alegría aumenta. Y si en esa fiesta podemos degustar una amplia gama de vinos de las bodegas Artadi, el magnífico pan que elabora Carlos Mariel, las salazones que distribuye Vicente Leal, algunos jamones magníficamente cortados de la casa Joselito, una selecta muestra de quesos que La Lechera de Burdeos pone a nuestro alcance, embutidos de la zona, arroces cocinados por Fina y servidos por Paco Gandía y su equipo, y de postre minipiezas de Paco Torreblancla y monas de patata de Carlos Mariel, la fiesta se convierte en una fecha a no olvidar en la memoria. Pero si uno se empeña a estar atento a las palabras sabia del enólogo Jean François Gadeau, mientras suena la banda de Monda, puede llegar a apreciar ese labor que hacen en la viña agricultores y enólogos y casi considerarla de mágica, intuitiva y de una obstinación regenerativa.
Juan Carlos Lacalle y todo su equipo venido hasta la hermosa noche levantina son el ejemplo de que el trabajo bien hecho hay que celebrarlo. Las fiestas de vendimia suelen recordarnos que durante un tiempo largo hubo mucho trabajo y esfuerzo para convertir el fruto de las viñas en vinos que hagan más felices a los hombres. Unos años son mejores, otros menos favorecidos, pero el trabajo sigue ahí, ajeno al resultado final.
Muchos de los asistentes agradecimos la generosidad de la familia Lacalle estando con ellos en un momento tan importante y placentero como felicitarse porque el trabajo ha llegado a buen puerto. Ahora viene otra tarea, la de hacer que ese vino dé sus mejores expresiones de las tierras donde se ha generado.