Las prestaciones sociales, como la jubilación o las ayudas al paro, estaban pensadas para que aquellos que no tuvieran posibilidades de mantenerse por sí mismos, o bien por imposibilidad de encontrar un trabajo o bien por edad, pudieran asegurarse una seguridad de vida, sin verse envueltos en riesgo de exclusión social.
Hay que racionalizar las ayudas para que sean útiles
Sin embargo, la sociedad ha evolucionado mucho a lo largo de los años. Y muchas de las ayudas que ante podríamos considerar imprescindibles hoy en día no tienen demasiado sentido, al menos no como las habíamos entendido hasta ahora. No se trata, por supuesto, de afirmar que hay que dejar a las personas en riesgo de exclusión social abandonadas a su suerte, sino de racionalizar esas ayudas para que sean realmente útiles.
Un ejemplo lo tenemos en las pensiones por jubilación. Hace un par de décadas, cuando una persona se jubilaba era porque estaba ya en la recta final de su vida, por lo que no estaba mucho tiempo manteniéndose gracias a las ayudas del Estado. Ahora, desde que una persona se jubila hasta que fallece pueden pasar 20 años, algo que hace mucho más complicado que la economía pueda mantenerse como lo hacía hasta ahora.
Se está produciendo un importante envejecimiento de la población
Especialmente si tenemos en cuenta que en los últimos años se ha producido un importante envejecimiento de la población, lo que quiere decir que cada vez hay menos jóvenes trabajando para aportar su granito de arena a la hucha de las pensiones, cada vez más vacía y con necesidad de mantener a más gente.
La solución a este problema no es fácil. Evidentemente, no se puede obligar a las personas a trabajar en una edad en la que ya no están preparados para ello, pero el sistema actual será probablemente insostenible en los próximos años. Por ello, será necesaria una reforma importante con la que esta situación varíe considerablemente.